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domingo, 12 de febrero de 2017

AYALGA IV: "Ayalga de porcelana"

Había llegado de maestro en septiembre de 1984 a la Escuela de Pendueles. Les comentaba a los alumnos mayores, las opciones que tendrían con los estudios por las ramas de Electrónica y Mecánica que podían seguirse en la Escuela de Artes y Oficios de Llanes. Ninguno de ellos estaban animados a seguir los estudios del B.U.P.

Guardaba en mi particular taller una radio de cinco válvulas que había recogido de una escombrera pirata, no muy lejos del pueblo, junto al río Novales. Una tarde les llevé a clase el zócalo, desprovisto del armazón exterior para que la vieran por dentro y que reconociesen todos los componentes: resistencias, potenciómetros, condensadores fijos y variables, solenoides, las funciones de las distintas válvulas y demás artilugios con las funciones específicas de cada uno. Se trataba de un receptor superheterodino, les dije, siguiendo los escasos conocimientos que sobre la electrónica había adquirido en las revistas que mi amigo Pedrín recibía de "Radio Maymo", un curso por correo, las cuales me pasaba en cuanto él las tenía dominadas. Años después, tuve la ocasión de aprender algo más sobre la radio  en las clases con Juanjo Llamazares.

Mis conocimientos en electrónica, bastante rudimentarios, los dejaron boquiabiertos. Nino, uno de los de octavo curso, que parecía mostrar mayor interés que el resto por aquella improvisada clase, me dijo que sabía dónde había una radio abandonada en el bosque.

Era en un castañar a la salida de Buelna y añadió que debió de pertenecer al ejército alemán.

Este último dato añadido por el alumno no me extrañó ni lo más mínimo, por otras referencias que en el pueblo yo había escuchado contar sobre la época de la guerra.

Quedé con ellos en ir a buscarla en cuanto saliésemos de la clase. Los llevé en Land Rover hasta sus casas y pidieron permiso a sus padres; cogieron la merienda y se pusieron un calzado más apropiado para patear el bosque.

El lugar estaba apenas a doscientos metros del pueblo. Había una entrada al bosque, que en época no lejana, habría sido una finca de pastos, pues limítrofe a él encontré restos de buena cantería en muros de una vivienda.

Los chavales me guiaron hasta el sitio donde habían escondido la radio. Cerca había también restos de útiles caseros, que mientras lo escribo me viene a la memoria tal como: un hervidor de la leche dentro del cual encontré dos matrículas de las que se exigían para la circulación de las bicicletas. Se precintaban en la tija del manillar, eran de aluminio y representaban el escudo del ayuntamiento y el año en vigor, usando distintos colores para distinguirlo a distancia, tal como ahora se hace con las viñetas de la ITV de los vehículos a motor. Aún las conservo.

En cambio, me llevé una decepción en lo que respecta a la radio, pues resultó ser un mazacote de chapa, cableado y lámparas, en un estado completo de oxidación, embutido de lodo de la torrentera de temporada lluviosa.

Me di cuenta en seguida que se trataba de una radio de coche bastante antigua, por las válvulas que usaba. En la fecha de fabricación aún no se conocía el transistor, semiconductor que dio el nombre genérico a los aparatos de radio a pilas.

Se la dejé a ellos y mientras tanto, para aprovechar el viaje, me dio por recorrer en sentido ascendente el seco cauce de la torrentera por si encontraba algún mineral o roca, pues es otra de mis aficiones consolidadas desde los tiempos del bachiller. Me sorprendió encontrar pequeñas muestras de mineral de carbón, eso me pareció entonces, aunque tiempo después, me dio por pensar si no serían muestras de azabache. Hoy es imposible ya volver allí, pues el trazado de la autovía pasa justo por encima de aquel lugar.

Al dar la vuelta, como ya había observado el cauce, bajé observando el ribazo derecho, donde el meandro presentaba la erosión. Me llamó la atención algo blanco que estaba atrapado entre las raíces de unos arbustos nacidos en la finca colindante. Sujetándome de ellas, pude izarme hasta tomar el extraño objeto y tiré de él.

La sorpresa no pudo ser mayor. Tenía en mi mano un plato de porcelana fina sin el menor deterioro. Subí a la finca de arriba y debajo de una profunda capa de tierra vegetal, aparecieron once más, mitad hondos, mitad llanos y dos largueros.

En principio pensé que habría pertenecido a la casa cuyos vestigios aún eran visibles.

Hubo quien me comentó la posibilidad de haberlo escondido allí el dueño de una de las casas notables, de las tantas que hay en el pueblo, cuando la guerra. Se dijo que había llevado a las cuevas los objetos de más valor que tenía y aún no se habían podido encontrar.

Tal como me lo vendieron, lo vendo.

Pero, andando el tiempo, me llegó una explicación mucho más creíble de un vecino:

“Un tiempo después de terminada la Guerra Civil, iniciada la 2ª Guerra Mundial, era frecuente ver pasar a familias huidas de aquel magostal que se había iniciado tras los Pirineos. Una de esas familia cuyos integrantes aún conservaban una cierta elegancia, bajo la suciedad y los rotos en sus vestimentas a causa del polvo y la humedad de los caminos, pasaron por Buelna con un carro entoldado tirado por un jumento, tan esquelético como sus dueños. En él viajaban los padres y tres niños de entre ocho y catorce años, aproximadamente.

_"Como era habitual en los pueblos, a pesar de la pobreza en que también vivíamos todos, nunca se negaba el techo, ni un trozo de pan y un plato de patatas caldosas para quienes lo necesitaran”_ me contó Nacho.

En la casa de mi vecino, no sobraba mucho para dar por ser ellos una familia numerosa, pero después de aquellas dos noches que se quedaron en su henal, aquellos huidos de la guerra y de un campo de exterminio pudieron seguir el camino con las fuerzas algo más restablecidas. La leche, los talos y algún que otro queso curado de la triguera les dieron fuerzas para continuar.

_“Pero el hombre no acababa de quitar la tos pertinaz que le minaba. En el carruaje llevaban dos baúles cerrados, aparte del resto de enseres personales y domésticos, colgados de los laterales interiores del carro entoldado”.

Es posible, a decir de mi vecino, que antes de entrar en el pueblo se parasen en el bosque a deshacerse de la vajilla, que por ser de alto valor diese alguna pista de su origen y tuviese alguna consecuencia nefasta para todos ellos. Marcado en tinta verde vejiga indeleble, por debajo de todas las piezas dice:

<< Epiag D.F. Czechoslovakia >>

Una mañana, de madrugada, continuaron el camino, con mayor ánimo y la carreta más ligera.
  

  

lunes, 6 de febrero de 2017

AYALGA III: "Arqueología moderna en el río y en los bosques"

Existe aún la pésima costumbre de dejar tirados los objetos y enseres sobrantes en las casas, en los bosques y junto a los ríos. Se ven de esa forma, cuando se camina por el campo, basureros piratas, de restos de construcción así como las viejas cubiertas de frigoríficos, lavadoras, ruedas, sillones, mesas, ventanas, uralitas y un sinfín de cosas más.

El mar tampoco se salva de este trato. Por la orilla de la costa, se encuentra todo resto de basuras como bolsas, latas de conservas, botellas de plástico, vidrio y montones de colillas. Basta con caminar por los pedreros de las playas a donde viene todo a parar con las fuertes riadas de invierno y se encuentra uno con más de lo mismo.

La conciencia ecológica tardará aún muchos años en arraigar si no se fundamenta en el ámbito de las aulas, tanto de escuela como de instituto. Las orillas de las carreteras son verdaderos depósitos de basuras y no se libran tampoco de este trato los caminos y senderos, inclusos aquellos destinados a uso turístico, junto al mar, junto al bosque o junto al río.

Recuerdo ver, de mis años de instituto, que del carro municipal de la limpieza se basculaban todas las basuras al acantilado, por la parte más occidental del paseo San Pedro.

Esa actitud, nada extraña entonces, se debía a la ignorancia ecológica que nos envolvía. Vivíamos en una desinformación total, bien programada por el sistema y los medios de que disponíamos que no eran suficientes para dar a comprender la debilidad del planeta en el que vivimos.

Sobre nuestra casa en el sistema solar, había generalizada la idea de algo infinito, interminable. Y de tanto escuchar que éramos, los humanos, sus absolutos dueños: lo teníamos tan asumido.

La influencia de la teoría del creacionismo, nos hacía sentir la especie dominante sobre el resto de seres vivos, pues, según antiguas escrituras, todo había sido creado para nosotros, incluidos, claro está, los mares, los ríos y las montañas.

Ni las guerras nucleares ni la geodinámica acabarían con lo creado por un ser tan poderoso de quien depende la aniquilación total, como castigo a nuestras malas obras, tanto como la recuperación del medio.

Cuando creíamos que estábamos saliendo del cascarón, resucitan nuevos profetas con las viejas ideas a desestabilizar de nuevo todo y poner en peligro nuestro nicho de vida.

Los bosques siempre fueron despensa de frutos secos y fuente de energía barata no exclusiva de las gentes de los pueblos. Los ganaderos gestionaban el bosque como pastos, recogiendo la hoja caída y segando la hierba con el fin de usarlo todo como cama del ganado del establo y obtener así un bien tan indispensable como es el estiércol para el cultivo o el abono de las fincas de las que se alimentaba el ganado. Así se mantenían limpios y toda rama caída o cañón roto por el viento, se recogía para calentar la chapa de la cocina y a su vez toda la casa.

Andando en alguna de las anteriores tareas por el bosque, pude encontrar basureros piratas donde se podían ver los más diversos materiales del desguace de las viejas casas: maderas, ladrillos, azulejos, lavabos, inodoros, cisternas, cocinas de chapa, cocinas de gas, aparadores, espejos, lámparas, armarios, somieres, largueros, mesillas de noche, algunos prácticamente utilizables.

Podría seguir una lista interminable de materiales, pero entre tanta cosa abandonada, hace ya un tiempo, di con varios baúles, cinco en total, amontonados sobre un montón de escombros de cal y ladrillos y no pude por menos que llevarlos para casa. Era verano; al menos no se habían mojado y aún conservaban el polvo del desván donde habían pasado muchas décadas.




Los pude encajar unos en otros como con las matrioskas rusas y así llevarlos de un solo viaje hasta mi taller.

Curiosamente, cada uno tenía alguna peculiaridad que lo distinguía de los demás: ninguno era igual ni en la construcción ni en el tamaño; tres con la tapa curvada, y dos con ella plana. Aparte de la forma, dos estaban protegidos por cantoneras y flejes, cierres de seguridad y cerradura, revestida la madera con chapa; otros dos tenían restos de la cubierta en loneta, y el más pequeño de los cinco presentaba la madera desnuda y barnizada, adornado de clavos y esquineras. Al abrirlo encontré dentro un viejo tambor de dos parches, aún tensos con llaves de apriete muy oxidadas y un viejo molinillo de café, de madera apolillada.





Los fui restaurando poco a poco a medida que les daba un destino, pero como tuve que restaurar en parte los fondos o las tapas, me di cuenta de la forma de construcción y después de anotar las medidas originales, empecé a crear otros, con los restos de madera sacados de los palés de transporte que también se encuentran tirados. Realmente las maderas de los baúles encontrados no eran singularmente buenas, en pino, algunas de más valor se conservaban bien, otras tuve que sustituirlas por completo.



Eso es debido a que, en las casonas antiguas de las gentes más pudientes, los baúles se hacían con mejores maderas. Cuando se generalizó su uso en las casas más humildes se utilizaron para muchos propósitos, hasta que fueron desplazados por los armarios y las cómodas.

En el mayor de todos los rescatados, guardamos la colección de toallas que nuestras madres se empeñaron en coleccionar para nosotros. Al abrirlo nos devuelve el grato olor del algodón seco. En un lateral trae grabado el nombre del último destino que debió de tener, cuando su dueño regresó de indiano a la casa que lo vio nacer, repleto de regalos para los sobrinos: “LA HABANA”.






¡Cuánta historia guardará en sus tablas de abeto que aún conservan el olor colonial de la isla!

En el viejo arcón guardamos las ropas que se usan para el trabajo y para la playa. También escondemos en él las palas de tenis, las gafas y las aletas de buceo, las playeras, bañadores, gorros de baño, cremas solares, y diversas mochilas que usaron los niños y que nos resistimos a tirar.





En este viejo arcón se guardó antaño la molienda del maíz y el jamón curado del sanmartín, las latas de embutidos en grasa del cerdo y las bolsas con habas, nueces o avellanas.

En resumen, era la despensa del mayor tesoro de cualquier familia campesina.





sábado, 4 de febrero de 2017

AYALGA II: "EL MENSAJE DE UN TAMARGU"

De entre los escombros pude rescatar antiguos ladrillos macizos que fui utilizando en la restauración de mi vivienda. Cada vez más raros, adquieren un gran valor de mercado, bastante por encima del ladrillo de factura moderna, que no son más que malas imitaciones; porque se usan para dar un toque rústico en las viviendas. También rescaté algunas maderas de castaño, ménsulas, columnas, pontones y vigas. La madera de castaño se considera un material noble, muy común en la construcción antigua, ya sea de corredores, galerías, hórreos y paneras que, por lo general, se conserva en perfectas condiciones siempre que no estén bajo techo. Esta madera aguanta bien el clima húmedo de Asturias, siempre que esté expuesta, al menos una parte del día, a los rayos del sol y bien aireada. No hay más que fijarse. La fachada principal, sobre la que se montan, está orientada cuando menos al Sur y como mínimo al Este que es un viento seco y tiene asegurado el sol en el horario de la mañana. De igual manera, tal como ladrillos y maderas, se encuentran tiradas piedras de los dinteles de las puertas y ventanas; me viene a la mente el gran esfuerzo de los canteros para labrarlas y encajarlas a medida justa a golpes de maza sobre el cincel. Volviendo al tema de los ladrillos macizos, se hacían tres tipos de ladrillos con igual medida de largo y ancho: Tabiquero, el de menor sección de los dos tipos, destinado como dice su nombre en la construcción de los tabiques que separan las distintas dependencias de un edificio. Con ellos se evita añadir demasiado peso muerto al suelo, que antiguamente era de tabla. Machetón, que le sigue en sección, empleado para las paredes de mayor resistencia, en media o doble asta. Rasilla, aún de menor sección que el tabiquero, se usaba para hacer bóvedas sobre los pontones, tramos de escaleras y cubiertas de los tejados, usando dos o más capas cruzadas unas sobre otras. De entre todo aquel montón de cascotes, basculados en cualquier hondonada comunal y bosques privados, a veces también en las riberas de los ríos, pude rescatar un buen número de ladrillos enteros, aparte de los partidos y medios, que son igualmente aprovechables en la construcción. Una vez al pie de obra los limpiaba del mortero, que por fortuna solía ser de cal y arena. Cuál sería mi alegría cuando, al rascar la cal en uno de ellos, di con este texto grabado sobre la húmeda arcilla el cual transcribo “ad pedem litterae”: “Un individuo que nació el día 23 de Febrero de 1888 y que murió el día 23 de Febrero de 1900, qué edad tenía”. Está hecho con una letra caligráfica, inglesa, totalmente legible, salvo por algunos desperfectos y rotura del ladrillo. A continuación del texto viene una cuenta así dispuesta: 
  1 9 0 0 
- 1 8 8 8 
   _______ 
  0 0 1 2, 0 0

 Lo usé junto con otros ladrillos tipo tabiquero, en la construcción de la campana de la chimenea de troncos en el salón, a la altura de la vista. Años después lo rescaté cuando decidimos encastrar una chimenea de hierro fundido y puerta de cristal por el mayor rendimiento energético que tienen. Un hallazgo tan baladí, es para mí de gran valor y por eso ahora me apetece recogerlo entre las ayalgas de este blog para disfrute de los lectores. La historia verdadera de ese ladrillo y del escrito, es decir la anterior a que yo lo hallase por azar en una escombrera, me dio para pensar y comentar con los amigos cuando surgía el tema. En un principio pensé que se trataba de una especie de estela donde se narraba con toda la crudeza la muerte prematura de algún guaje de los que ayudaban en la tejera. Puse el acento, en la edad que solían tener los niños,  que iban como ayudantes a las tamargas. Con el tiempo me fui formando otra idea menos cruenta de lo que el texto pudiera trasmitir, quizás llevado por mi profesión que ejercía. Y ¿por qué no podría tratarse de un simple problema aritmético propuesto en una clase al aire libre, quizás en el descanso del almuerzo?Los ladrillos, después de sacados del molde, eran llevados al secadero, antes de meterlos al horno. Los guajes solían ir a las tejeras con su padre o también encomendados a otro familiar o vecino. Pudiera ser este escrito como la muestra de tarea que sobre el cálculo habría preparado alguien de la cuadrilla de obreros con estudios, pues la caligrafía de la letra lo confirma, que quisiese enseñar a los demás. ¡Qué mejor pizarra que un bloque de barro aún fresco! Como stylo, como estilete, cálamo o pluma, quizás usase el cañón afilado de un helecho seco usado en los rústicos camastros y que formaba también parte del combustible en los hornos, junto con los gromos y cádabas del tojo. La verdad sea dicha que, si es esa la explicación más plausible, podría haber puesto otro ejemplo más alegre que la muerte de un chiquillo de doce años. Bastaría que preguntase por la edad que tenía el chiquillo en el día de su cumpleaños. Aún sigo teniendo mis propias dudas entre la primera y la segunda interpretación que le di al caso, pero me quedo mejor con la segunda, por supuesto. Esta es la foto que tengo de la ayalga.





 



Esta es la forma de contar en xíriga, que era el habla de los tamargos llaniscos y que aún la siguen hablando en algunas poblaciones donde tuvo mayor arraigo. Muchos vocablos de la Llingua usada en la zona oriental que comprende Llanes y para no herir susceptibilidades se hace extensible de igual forma a las limítrofes: Ribadedeva, las dos Peñamelleras, Cabrales, Onís y la Riosellana, tienen su origen en esta habla, inventada como otras más relacionadas con los oficios, para proteger el saber especializado del tamargo. Como curiosidad aquí detallo la forma de contar en xíriga: 1:Ba/bate. 2:Bi. 3:Iru. 4: Lau. 5: bos. 6: Seí. 7: Zaspi. 8: Sorti. 9: Bedecerasti. 10: Amar. 11: Amica. Del doce al diecinueve se construyen con el prefijo Amar (10) seguido de las unidades: 12: Amarbi. 13: Amariru. 14: Amarlau. 15: Amarbos. 16: Amarseí. 17: Amarzaspi. 18: Amarsorti. 19: Amarbedecerasti. 20: Oguei. 100: Eún. Mil: Emilia. Millón: Emilio. Y de la misma forma, las veintenas: Ogueiba, Ogueibi, Ogueiiru, Ogueilau, Ogueibos, Ogueiseí, etc. La tercera decena y siguientes se construyen con el sistema en base veinte combinado con la de diez: 30: Oguei amar (20+10). 40: Bioguei (2 x 20). 50: Bioguei amar (2x20+10). 60: Iruoguei. 70:Iiruoguei amar. 80: Lauoguei. 90: Lauoguei amar. Ejemplos: 54: Bioguei amar lau. 345: Irueún bioguei bos. 3.576: Iruemilia boseún iruoguei amar seí. Recomendable ejercicio para mantener las facultades mentales en perfecto funcionamiento. Para conocer el vocabulario de La xíriga de los tamargos llaniscos  visita desde el mismo blog en este enlace que hice a tal fin.